PROSPERIDAD DEL ALMA
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PROSPERIDAD DEL ALMA

:: RATA DE ALCANTARILLA

¿Te acuerdas de Jacob? ¿El que le cambió la primogenitura a su hermano por un plato de lentejas? A diferencia de Esaú, Jacob pasaba muchas horas al lado de su madre, era muy hogareño y le gustaba cocinar; apuesto a que si viviera en la actualidad, sería un gran chef o un gran empresario restaurantero. Era también un soñador, muy ambicioso y pegado a la carne; a pesar de eso, tenía conocimiento sobre la fe y sabía la importancia que tenía ser del linaje de Abraham, lo cual no le interesaba a Esaú porque carecía de fe y esta diferencia entre ambos fue lo que le agradó a Dios, quien amaba a Jacob a pesar de sus defectos.

RATA DE ALCANTARILLA

Hoy en día, no importa ser el hijo mayor o menor pero, en aquella época, el linaje recaía sobre el primogénito y con ello, la unción y bendición del padre. Pienso que quizás, al empezar a formarse la nación de Dios y al haber aún escasa población en esa época, el tema de la primogenitura o la primera semilla cobraba una dimensión agigantada. Por eso, robarle la primogenitura a su hermano, tal como lo hizo Jacob, fue una gran perrada.

En muchos sentidos, nosotros somos como Jacob; vivimos a merced de nuestros apetitos carnales y ambiciones desmesuradas y si alguna vez, Dios quiere usarnos o queremos recibir sus bendiciones, quizás necesite quebrantar nuestra naturaleza egoísta de modo que experimentemos una total impotencia en nuestra vida. Jacob luchó y peleó en sus fuerzas por más de veinte años sin lograr ningún éxito.

Después de engañar a Esaú, tuvo que huir de su venganza hacia tierras que nunca antes había visto, donde un tío llamado Labán. Se enamoró perdidamente de su hija Raquel y para poder casarse con ella, trabajó gratis durante siete años. Llegado el día de la boda, su tío Labán le da como esposa no a Raquel sino a Lea, la hija mayor, aduciendo que según sus leyes, no se puede casar la hija menor sin haberse casado primero la mayor. Ahora, el engañado era Jacob. Y tuvo que trabajar gratis siete años más, a condición de Labán para casarse con Raquel. En total, Jacob trabajó veinte años para el tío y diez veces el tío le cambio el salario y aun así, Jacob no poseía nada o casi nada. Solo había dado puntada sin hilo durante veinte años.

Finalmente, logró hacerse de un ganado con la dirección de Dios y un día huyó con su familia de las tierras del tío por temor a que le quitara su ganado. Cuando Labán se enteró, fue tras él pero, Dios lo protegió y pudo llegar a un acuerdo de paz con su tío Labán. Decidido a volver a tierra de sus padres, Jacob sabía que inevitablemente se encontraría con Esaú; y cuando se enteró de que Esaú venía a darle el encuentro con cuatrocientos hombres y con deseo de venganza acumulado por veinte años, el pánico se apoderó de Jacob. Es entonces cuando prepara una estrategia para salvar su vida.

Primero, le envía un regalo a Esaú. Acto seguido, divide en dos partes su ganado y hace que siga el camino la primera parte junto con sus once hijos y sus esposas. Jacob se quedaría solo sin avanzar con la segunda parte del ganado. De este modo, Esaú atacaría primero al grupo en el que estaba su familia; es decir, Jacob había usado como escudo humano a sus propios hijos y esposas, a su propia familia. Otra gran perrada de Jacob. Era un hombre que no valía nada.

Jacob persistió en sus propios pensamientos hasta que un ángel de Dios le dañó la pierna, dejándolo cojo y sin escapatoria de la venganza de Esaú. Había sido derrotado por Dios. Se convirtió en un cerdo revolcándose en su propio vómito, en una rata de alcantarilla. En ese momento, Dios se unió a Jacob y desde entonces, marcharon juntos.

No temas porque yo estoy contigo; no te desalientes porque yo soy tu Dios (Isai. 41:10) fue la promesa de Dios para Jacob y para nosotros también. No importa cuán rata seamos porque el amor de Dios es inconmesurable y su misericordia es nueva cada mañana. Cuando recibimos a Jesús, somos iguales a Jacob; tenemos a Cristo en nosotros pero, nuestra alma continúa atada a nuestras ambiciones y deseos y en tales condiciones, Dios no puede darnos responsabilidades. Necesitamos dejar de revolcarnos sobre nuestro propio vómito, dejar de ser la rata de alcantarilla, acordarnos de las promesas de Dios, hacer prosperar nuestra alma y el Todopoderoso irá con nosotros donde quiera que vayamos.

Permitamos que el Espíritu Santo de Dios se apodere de nosotros y nos controle por completo para su gloria, sus propósitos y estar aptos para recibir sus bendiciones.



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